Prensa Diario AS
El Metropolitano volvió a contener el aliento a la vez cuando ese dedo apareció de nuevo. Era del árbitro justo después de hacer el símbolo del VAR con las manos: penalti. Era el minuto 17 y era el segundo para el Atleti en la noche fría. João Félix caminó firme hacia el punto de cal con el balón bajo el brazo. Éste era suyo. Lo lanzó ajustado al palo izquierdo, seco, fuerte, como un bofetón a la maldición de la falta de gol. Goool. Al fin. Cinco horas y dieciséis minutos después larguísimos. Goool. El Metropolitano le arrancaba la escarcha a las cuerdas vocales. 1-0. El Atleti se había precipitado sobre el Lokomotiv como jauría de lobos, sin darle siquiera tiempo a sudar, mucho menos pensar. Y eso que la primera vez que el dedo del árbitro había aparecido en la noche la falta de gol rojiblanca se fundió con la noche como en un cuento de terror.
Porque salió Simeone a por los octavos de esta Champions con Hermoso y no Giménez, con Correa y no Herrera, con fútbol directo, colonizando todo el trozo de hierba del Lokomotiv. En el minuto 2, Kochenkov derribaba en el área a un João Félix travieso desde el primer segundo y Viktor Kassai corría hacía el punto haciendo sonar su silbato. Lo pidió el portugués, se lo arrebató Trippier. Golpeó a media altura… Y la manopla del portero arañó lo justo el cuero con los dedos para desviarlo lo justo y enviarlo al palo. Catorce minutos después ya nadie se atrevería a arrebatarle el balón del penalti a João cuando Zhemaletdinov tocó el balón el área y el VAR al árbitro se lo chivó. El portugués ponía el brillo. El ritmo lo marcaba Thomas con los pies.
El Lokomotiv nunca llegó a aterrizar en Madrid. No le dejó el ghanés, que jugó una primera parte perfecta arrancando con fuerza, rompiendo líneas y abriendo pasillos para que João Félix, Correa y Saúl, dispuestos en una triple mediapunta, aparecieran entre líneas para despedazar al Lokomotiv. Su primera parte fue sólo el portero y la salida de balón de Howedes. Después, la nada por mucho que se hubiese abrigado atrás con cinco hombres. Pero nada de Aleksey Miranchuk, su mejor hombre, nada de Krychowiak y nada de fútbol, como si hubieran aterrizado en Madrid más para ver Cortilandia que jugar. Y el Atleti venga a combinar y triangular alrededor de los neones de João. Táctica, estrategia, oficialidad y la tropa en su sitio. Si al descanso el Metropolitano no respiraba ya con normalidad y más oxígeno en el marcador era porque Morata vive en un eterno fuera de juego. Y, claro, marcó. Pero, claro, el VAR-que-todo-lo-ve lo anuló. Dos milímetros. La pierna izquierda. El Atlético condenado a seguir en el alambre. De Alemania al menos la radio no traía malas noticias. El Leverkusen empataba 0-0 con la Juve y eso era una buena noticia.
La segunda parte comenzó como había transcurrido toda la primera. El Lokomotiv, rival invisible. El Atlético, con una circulación de balón altísima, soberbio en la presión tras pérdida, amenaza constante, por dentro, por fuera, y Saúl suelto, jugando en su sitio, ahí donde es todo peligro. Pero fue un defensa, sin embargo, quien terminó de espantar el fantasma del Qarabag, el que ululaba Timisoara: Felipe. Córner en corto, Trippier saca, Koke controla y Felipe anticipa su centro para marca con una maniobra aérea. Celebró con voltereta en el aire. El partido se había acabado, aunque aún quedaran 36 minutos, una lesión grave (Corluka, muñeca) y dos ovaciones: las del Metropolitano a su capitán Koke y a su chico de ouro al ser cambiados.
En ese momento en Alemania ya había marcado Cristiano, el Leverkusen perdía y el Cholo ya había dormido el partido en Madrid abrazado a esa frase de Albert Camus. «En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible». Pues eso. Que a octavos. Y que siga la música. The Champiooons. En la noche que sólo faltó que debutara Saponjic.
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