Grosso y Del Piero derribaron el muro alemán

Tony Cittadino (Caracas).- El 4 de julio es una de las fechas deportivas que siempre recordaremos con emoción. Ese día pudimos disfrutar de unos de los juegos más memorables en la historia de los Mundiales de Fútbol: la semifinal Italia ante Alemania del 2006.

Pasará el tiempo y la emoción será igual o mayor. La Nazionale de Marcello Lippi disputó uno de los partidos más ofensivos que recordemos desde que vemos a Italia y vaya que la primera vez fue en 1990. Insistimos que esa noche la Squadra Azzurra ganó la mitad de la Copa del Mundo, que cinco días más tarde pudo tener entre sus manos al vencer a Francia en la dramática tanda de penales para ser tetracampeones del mundo.

Los juegos Italia ante Alemania son clásicos obligados. Basta recordar el “Partido del Siglo” del Mundial México 1970. Este encuentro de Dortmund no tuvo nada que envidiarle. Italia desafió a Alemania en su casa, en el Westfalenstadion que daba miedo. Lleno a reventar y antes del juego ya metía presión para apoyar a los anfitriones en “su” Mundial. Todo cuadraba para que la copa se quedara en casa.

Sin embargo, Fabio Grosso y Alessandro Del Piero se encargaron de escribir una gesta histórica. Una noche con letras doradas, que jamás se borrarán. Sentenciaron a los alemanes a falta de dos minutos para el final del tiempo extra. Cuando se pensaba que el finalista se definiría en penales, Italia dio un golpe en la mesa y acabó con el juego. Y menos mal. Los penales no traen buenos recuerdos.  Grosso marcó un golazo de zurda, inesperado, emocionante, ante una gran asistencia de Andrea Pirlo. Su celebración todavía nos eriza la piel. Corriendo y moviendo la cabeza como Marco Tardelli en la final de 1982, también ante los alemanes ¿Cómo no soñar con el título?

Los alemanes se lanzaron desesperados al ataque, buscando el empate. Pero la Azzurra resolvió de contragolpe. Pinturicchio dejó congelado a Jens Lehmann con un derechazo exquisito, en plena carrera, luego de una gran asistencia de Alberto Gilardino. Un remate colocado, con frialdad, como sólo Del Piero podía marcar. De derecha, con efecto, al segundo palo, para sentenciar el juego y enterrar a los teutones. El juego se acabó. El árbitro ni pitó.

Ese gol de Del Piero es el que más hemos gritado en su magistral carrera con la selección. Ya en 2002 lo habíamos hecho en el Mundial Corea y Japón 2002, para empatar un juego dificilísimo ante México. Motivos no faltaban. Estaba en juego el orgullo y el pase a la gran final, algo que sentíamos que podía pasar desde que comenzó el año. Teníamos a favor la cábala de una final cada 12 años, un título cada 24 y, de paso, los Leones del Caracas se habían titulado campeones de la Serie del Caribe, como en 1982. Todo cuadraba y pocos nos tomaron en serio.

Lippi planteó un juego excelente. Fue un maestro, como a lo largo de toda su carrera. Bueno, tampoco es que Italia tenía jugadores de segunda. Fue la última y mejor generación azzurra. No había forma de perder. Los jugadores estaban en el momento exacto de madurez y con la motivación de callar bocas por el escándalo de Calciopoli.

La clave estuvo en los cambios de Lippi. Todos fueron ofensivos. Todavía no entendemos a los que aseguran que Italia jugó un Mundial y un encuentro defensivo. Sacó a Toni por Gilardino (74’), Mauro Camoranesi por Vincenzo Iaquinta (90’) y Simone Perrotta por Del Piero (104’) ¡La prórroga se jugó con Totti, Del Piero, Gilardino y Iaquinta en ataque!

Recordamos a Buffon en el arco y a Fabio Cannavaro liderando la defensa. Por cierto, “Il Muro di Berlino”, como fue bautizado en el Mundial, disputó una Copa magistral. Era la continuación de la gran temporada que había tenido con la Juventus, equipo del cual se marchó semanas después por el descenso a la Serie B. El defensa jugó un partido épico. Cortando balones, ordenando la zaga y hasta repartiendo juego. Con autoridad y liderazgo. Respondiendo como todo un capitán. Basta con recordar cómo inició el gol de Del Piero, con Cannavaro cortando un balón en dos ocasiones y cediendo el pase a Francesco Totti.

Pirlo fue el maestro de ese mediocampo. Hizo de todo en ese Mundial. Estuvo acompañado por Gennaro Gattuso, quien fue un fenómeno cortando el juego. Pasaba el balón o el jugador, pero rara vez los dos. Totti un poco más adelante, concretando jugadas y jugando de enganche, para un ataque conformado por Luca Toni o Alberto Gilardino.

A medida que el juego avanzaba, más parejo se hacía. Fue muy atractivo, porque los alemanes también tenían un equipazo. Lehmann en el arco, acompañado por Philipp Lahm, Michael Ballack, Miroslav Klose (en 2014 el máximo goleador en Mundiales con 16), Lukas Podolski y compañía. En realidad, el director técnico Jürgen Klinsmann también tuvo jugadores para quedarse con la Copa.

Era un juego de ida y vuelta, dónde no hubo descanso. Trepidante, de mucha exigencia física. Con el público metido en cada jugada. Parecía la final del Mundial. Recordamos un par de jugadas de Podolski en las que Buffon fue exigido al máximo. Le quemó las manos. Otro remate de Bernd Schneider que se fue por encima del arco de milagro. Otro tiro libre de Ballack. David Odonkor desbordaba por las bandas y Marco Materazzi se encargaba de meter pierna al que se acercara por el medio del área.

Del otro lado, Gilardino y Gianluca Zambrotta hacían temblar el arco alemán con sendos remates al vertical y el horizontal. El corazón latía más rápido y la ansiedad se hacía mayor, hasta que aparecieron Grosso y Del Piero.

Cuando finalizó el juego, celebramos a lo grande en la calle 2 de Vista Alegre, en Caracas, junto a mi gran amigo Vito De Lucia.  Algo impensable en la Venezuela de ahora, por la inseguridad, la economía y porque muchos amigos se han ido del país. Se abrieron cerca de 100 botellas de champaña. No es juego. Fue una locura. No había preocupación. Al día siguiente no había clases en la universidad. Era feriado. Podíamos pasar el “ratón” y despertarnos un poco más tarde. Fue el presagio de la celebración de la Copa del Mundo. Ya escribiremos de ese día.

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