Un balón más piccolo

Tony Cittadino (Caracas).- A partir de la Primera Guerra Mundial, miles de ciudadanos provenientes de Europa llegaron al país con una maleta llena de sueños, en busca de prosperidad. Muchos de ellos quedaron encantados ante las bellezas naturales y la cordialidad del venezolano.

Otros regresaron a sus lugares de origen. El deporte tuvo un lugar especial en el proceso de transculturización que tuvo su punto culminante a mediados del siglo XX, en pleno gobierno de Marcos Pérez Jiménez.

En su mayoría ciudadanos italianos, españoles y portugueses, vieron al beisbol como una disciplina extraña y decidieron quedarse con su amado deporte: el fútbol. Pero hubo otros casos: aquellos que no resistieron la tentación exótica de la pelota criolla y cayeron enamorados, tal como sucedió con Pippo, quien nació en Sicilia, Italia.

Llegó a Venezuela a mediados de la década de los 60, en busca de su amor de adolescente, una muchacha que había venido años atrás para reencontrarse con su hermano, a la vez residenciado aquí tras la Segunda Guerra Mundial. Había oído y leído mucho de Venezuela, más aún por las cartas que recibía de quien años más tarde sería la madre de sus tres hijos (dos hembras y un varón).

Al principio le costó adaptarse a la cultura del país, pero luego lo logró. Fue pasando el tiempo y Pippo aprendió el idioma por sus propios medios y se interesó más por la geografía e historia. En ese proceso conoció el beisbol, pero jamás llegó a entusiasmarle, hasta que su hijo le metió la fiebre por las venas.

Ya con la nacionalidad y los papeles en regla, construyó su hogar y casi dos décadas más tarde su hijo daba los primeros pasos en la escuela, soñando con ser futbolista. Claro, cómo no, si su primer recuerdo del deporte fue el Mundial de Italia 1990. El niño fue creciendo, corriendo tras un balón en las calles de Caracas, añorando ser Roberto Baggio o Alessandro Del Piero.

Pero todo cambió en esas caimaneras. Un grupo de niños lo invitó a jugar beisbol y él aceptó. Pasados unos días practicó el deporte con más frecuencia en las tardes. Tal fue su interés que su padre tuvo que comprarle un bate, un guante y una pelota, pero eso sí, jamás dejó de lado el fútbol.

En las tardes Pippo jugaba con su hijo y le enseñaba los secretos del Calcio, hasta que un día fue su chamo el que lo invitó a jugar beisbol. Allí nació una bonita historia. El joven se emocionó tanto, que en los días de temporada del beisbol profesional llegaba a la casa y escuchaba los partidos de los Leones del Caracas por radio y veía los juegos por televisión, al mismo tiempo.

Una noche Pippo se sentó a su lado y muy curioso preguntó con desespero: “¿Qué le pasa a esos señores que están al lado de las bases? ¿Están enfermos? ¿Tienen un tic nervioso? ¿Por qué a cada rato se pasan la mano por la cara y el pecho?”. Entre risas, su hijo le dijo que eran los coaches de los equipos, esos que le pasan las señas al bateador.

Pippo, dentro de su ignorancia, se echó a reír y terminó de ver el partido. El 27 de diciembre de 1996, padre e hijo  asistieron juntos por primera vez al estadio Universitario a presenciar un juego entre los Tiburones de La Guaira y el Caracas.

La experiencia fue tan gratificante que fueron a los siguientes cinco partidos. Años más tarde, la pareja escuchaba por radio un partido entre los “eternos rivales”, Caracas y Magallanes. El duelo estaba empatado en entradas extras. Era más de medianoche. El ahora adolescente se fue a dormir creyendo que su padre también lo haría. La sorpresa fue que él se fue con su radio a la cama y a los 10 minutos Pippo se fue a la sala para ter minar de ver el juego.

En una de las acciones, el Caracas montó una fuerte amenaza. Estaba a punto de dejar en el terreno al Magallanes. El hijo de Pippo, emocionado, se levantó de la cama descalzo para no hacer bulla y llegó hasta la sala, tratando de que su papá no lo viera. Su mayor impresión fue ver al viejo como cualquier acérrimo fanático agitando las manos y diciendo en voz baja: “Vamos, ‘Wiki’ González, pega un hit”.

El pelotero conectó el tan anhelado imparable y el grito de celebración los delató. Cuando uno descubrió al otro no hubo palabras para otra cosa, sino para celebrar la victoria y darse un abrazo.

Los profesionales

Historias como estas son frecuentes, con la diferencia de que algunos de los muchachos llegaron incluso a ser jugadores profesionales. Uno de los casos más sonados es el de Marco Scutaro, el otrora segunda base del Caracas, hijo de padres italianos.

El camarero comentó en una ocasión que en sus inicios, como su hermano mayor jugaba beisbol en San Felipe, Yaracuy, él también quería hacerlo e imitarlo. Agregó entre risas en el dogout de su equipo, que en ese tiempo su padre al llegar de los juegos le preguntaba: “Ma figlio mio ¿cuántos goles metiste hoy?”.  Scutaro en más de una ocasión respondía: “Papá, no son goles, son jonrones, carreras…”.

Otra situación curiosa se presenta con el infielder Mario Lisson, quien jugó para Caracas y Magallanes en la LVBP. Sus raíces no son europeas, son peruanas. Sí, peruanas. El pelotero incursionó desde los cinco años en el beisbol y practicó la disciplina a pesar de que en la familia nadie jugó ese deporte. Sus padres nunca se opusieron a que lo hiciera, pero fiel a sus costumbres debió asistir a clases de fútbol y disputar partidos los fines de semana.

Otro caso es el de Felipe Paulino, lanzador que estuvo con Caracas, Bravos de Margarita y Cardenales de Lara. Los abuelos por parte materna son italianos, aunque sus padres son de origen dominicano. A los cinco años su familia se vino al país y jugó beisbol en divisas de Los Teques. Luego firmó para el profesional.

Casos fuera del diamante

El presidente

Los hijos de colonias no sólo se encuentran en el diamante. El ex presidente de la Liga Venezolana de Beisbol Profesional (LVBP), el economista José Grasso Vecchio, es descendiente de italianos, pero un verdadero amante de la pelota.

Nació en Caracas el 13 de julio de 1961 y sus inicios en el beisbol tienen sus raíces en San Bernardino, donde jugó con sus amigos de Sarría y La Candelaria las populares caimaneras y asistió a los parques de pelota. A pesar de su descendencia siempre ha estado ligado a la pelota, bien sea como fanático o hasta como coach de una de las novenas donde jugó su hijo.

Observar a peloteros como Víctor Davalillo y César Tovar fue determinante para que se decidiera por el beisbol. “En esa época esos eran los jugadores de moda. Aquí la pasión era el beisbol. En los colegios religiosos siempre se jugó fútbol porque había sacerdotes europeos, pero en la calle mandaba el beisbol”, relata.

El periodista

José Visconti es una referencia del periodismo deportivo en el país. Viene de una familia muy importante de origen italiano, tanto así que uno de sus antepasados fue fundador de la Scala de Milan, y su abuelo fue uno de los socios fundadores del AC Milan.

Hasta tuvieron un Papa en la familia (Gregorio X). De niño soñó con ser el segundo jesuita Visconti de la historia, pero el periodismo y el beisbol  desviaron su intención. A finales del siglo XIX llegaron tres hermanos de la familia, incluido su abuelo, y se residenciaron en la hacienda El Altar, en San Casimiro, estado Aragua.

Allí recibieron la influencia del beisbol de parte de uno de los hijos del general Juan Vicente Gómez. Su familia comenzó siendo fanática del Royal Criollos. Su madre era admiradora de Daniel “Chino” Canónico y todos enemigos jurados del Magallanes, dijo entre risas. Recuerda que en su casa había un radio RCA y escuchaban la “Cabalgata Deportiva Gillette” en la voz de Francisco José “Pancho Pepe”Cróquer.

En la década de los años 50 creció jugando pelotica de goma. En los partidos era outfielder y seguidor de Alfonso “Chico” Carrasquel, Luis Aparicio, Roger Maris y Mickey Mantle. “Tenía mucha energía en el brazo. Lanzaba la pelota de los jardines y ¡poing!, la ponía en el home”.

Siempre le gustó más el beisbol. Además, quería ser como su padre, quien era fanático de los Yanquis de Nueva York, pero a sus equipos de fútbol en el Seminario los denominaba, por razones obvias, AC Milan.

Nota: Este artículo fue publicado en la edición especial del Diario TalCual del año 2007..

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