Yelimar Requena (Caracas).- Es 19 de enero y el silencio en las adyacencias del parque de la UCV es triste, no suena la samba a todo pulmón, como muchos esperábamos, porque es que este tampoco era el año.
La siempre alegre afición de los Tiburones de La Guaira deberá esperar al menos un año más para intentar reencontrarse con la gloria que les ha sido esquiva desde la temporada 1985-1986. Algunos podrían pensar que este escenario se ha repetido tanto que ya no importa, pero están equivocados. Nunca antes una eliminación fue tan dolorosa.
Y es que, esta vez, el juego no se perdió en el terreno. Hubo errores garrafales que se cometieron sin siquiera tener un guante en la mano y eso les costó el pase a la final.
Hace exactamente siete días, Tiburones se preparaba para disputar en casa el primer juego de la semifinal ante Caribes de Anzoátegui. Su contundente victoria en la primera serie de playoffs frente a los Leones del Caracas los distinguía como favoritos, y además su rival, que era el clasificado del comodín, arrastraba un cansancio considerable pues había recorrido tres estadios entre la tarde del viernes y la mañana de aquel domingo.
Los equipos eran completamente antagónicos.
Desde el tres de enero hasta ese domingo, los escualos bateaban para .319, sumaban 14 extrabases, habían recibido 25 boletos y anotado 33 carreras. Nadie más que ellos bateó sobre .300 en esa ronda de playoffs. Y en cuanto sus lanzadores, la efectividad era de 2.67.
Caribes, en cambio, ligaba apenas para .220, únicamente los Leones bateaban menos. Apenas habían despachado 49 inatrapables y fabricado 16 rayitas. El promedio de carreras limpias permitidas por sus brazos era de 3.39, el más alto entre los clasificados.
Todo parecía estar muy claro… pero en la intimidad de los salados se escribió otro desenlace.
La debacle del favorito
Los orientales picaron adelante con una estrepitosa victoria de 11-2. Guillermo Moscoso fue vapuleado y en cinco innings y un tercio permitió seis carreras, mientras que Logan Darnell dejó a los locales en solo dos rayitas. Un baño de agua helada cayó sobre la afición guairista y todos quienes se habían atrevido a pronosticar la superioridad de La Guaira.
Al día siguiente, Víctor Díaz –por los escualos- y Wilfredo Ledezma –por la tribu- se enfrascaron en un impresionante duelo de pitcheo, y al cabo de seis innings continuó con el dominio. Sí tuvo Tiburones más de una oportunidad para anotar, pero estaban completamente dispersos.
En el noveno inning quedó claro que la química ya no era la misma. Con tres hombres en base, el manager Renny Osuna trajo de emergente a Miguel Rojas por Edgar Durán y aquello desató la furia de algunos peloteros que incluso estaban en base como Alberto González y Héctor Sánchez. El inning como si no hubiese pasado nada, pero pasó de todo.
Los de Jackson Melián ganaron en el inning 12 al lograr capitalizar dos errores cometidos justamente por los peloteros que estando en base rechazaron el ingreso de Rojas. Ahí fue evidente que la química ya no era la misma. El favoritismo de La Guaira se diluyó, y no porque la serie estuviese 2-0, sino más bien los conflictos internos se hicieron evidentes.
En los dos juegos en el «Chico» Carrasquel, Tiburones estuvo muy cerca de conseguir la victoria, pero las diferencias internas fueron más fuertes. La afición quizás guardó para el cuarto juego una pequeña esperanza de que el equipo mostrará su mejor versión, lamentablemente eso no fue así.
Y fue tal el descalabro de Tiburones, que la clasificación de Caribes pasó a segundo plano.
Escenas inaceptables
Renny Osuna, distinguido como Manager del Año por la mayoría de los periodistas que cubren la pelota, no logró siquiera terminar el juego. Fue expulsado luego de que un reclamo en el conteo de bolas y strikes se saliera de control.
Terminó escupiendo en la cara al árbitro principal Carlos Leal y aquello causó estragos en la opinión pública, especialmente en esa que se ha dedicado a satanizar la liga.
Osuna estaba iracundo e irreconocible. La frustración era evidente y, obviamente, pagó con Leal la molestia que tenía con sus peloteros, quienes inicialmente lo presionaron para que reclamase con más fuerza algunos fallos arbitrales, y luego lo dejaron por su cuenta. Se vino a menos y con él murió cualquier esperanza que pudiese existir en la afición guairista, pero lo peor vino después.
Nadie se va a olvidar de como el receptor Luis Villegas se le lanzó encima como si tratara de un pelotero más, solo porque Renny le reclamó un actitud previa. Varios peloteros se sumaron a la pelea que duró apenas unos segundos, pero fue suficiente para arruinar todo lo que el equipo hizo en el año.
Es imposible que los fanáticos de La Guaira puedan reponerse rápido de este fracaso, porque fueron sus peloteros, por razones ajenas al juego, los que sentenciaron su eliminación.
Se les olvidó que el manager es la autoridad del equipo y solo él decide a quién trae como emergente y cuando lo trae, eso no se discute. Se les olvidó que ellos no deciden con que intensidad reclama el manager, no tienen licencia para eso. Pero, más grave aún, se les olvidó que a su manager no se le trata como a un pelotero más del equipo.
A título personal me cuesta imaginar una escena tal si fuese Oswaldo Guillen o Buddy Bailey quien estuviese al mando. Por ello, asumo que la imprudencia de esos peloteros se incrementó ante la inexperiencia de Renny. Como quiera que sea es inaceptable y va a pasar mucho para que la afición en general los perdone.
La fiel fanaticada guairista requerirá tiempo para olvidar y se necesitarán más que resultados positivos para resarcir este daño y el camino va a ser largo.
Ellos mismos destruyeron sus posibilidades, porque olvidaron que eran un equipo..