AS.- Eddy Merckx y Mark Cavendish se fundieron en un abrazo en la salida de la etapa. Mourenx forma parte de la leyenda del Caníbal. Y también aspiraba a integrar la historia del bólido de la Isla de Man. Allí culminó el belga en 1969 una de las grandes gestas de su vida tras un ataque en el Tourmalet: 140 kilómetros de escapada y más de siete minutos sobre el siguiente clasificado. Y de allí partía este viernes el recorrido donde el inglés tenía la oportunidad de batir el récord de 34 triunfos de etapa en el Tour de Francia que actualmente comparten ambos.
Efectivamente, Cav disponía de dos balas para superar esa estratosférica marca. Aunque sería más correcto decir que disponía de una balita y de una gran bala. La balita era esta etapa de más de 207 kilómetros con final en Libourne, donde se presumía una hipotética relajación del pelotón, sólo hipotética, después de tres jornadas consecutivas en los Pirineos. La lógica apuntaba a una escapada consentida que relajara las piernas del resto de guerreros, con el plácet del pelotón o serenamente controlada por el equipo Deceuninck, el único con un velocista de garantías. Escapada hubo, sí. Pero relax, escaso. Y esprint, tampoco. Una vez perdida esta primera opción, a Cavendish sólo le queda la gran bala del domingo: los Campos Elíseos.
El guion se cumplió sólo en el primer tramo, con una fuga inaugural manejada sin sobresaltos, pero una caída masiva en esos kilómetros iniciales incendió los ánimos. Tadej Pogacar, con un tremendo enfado, salió en primera persona a neutralizar una arrancada de Michael Kwiatkowski y Toms Skujins, a los que recriminó que atacaran cuando dos de sus compañeros del UAE Team, Rafal Majka y Vegard Stake Laengen, intentaban reincorporarse al grupo, junto a otros ciclistas heridos en la montonera. El maillot amarillo aplicaba su propio código de justicia.
El ambiente se caldeó con numerosas tentativas de aventura, ataques y contraataques, en busca de una fuga amplia que no terminaba de contentar a nadie. Hubo incluso una segunda montonera, que afectó a Enric Mas y al propio Cavendish. La velocidad se disparó, hasta el punto de que las tres primeras horas se cubrieron a más de 48 km/h. Un ritmo infernal. El oleaje no cesó hasta que se formó la escapada, ya en la segunda mitad del trazado, con una veintena de ciclistas entre los que sólo figuraba un español, Ion Izagirre, y nadie del Movistar, uno de los seis equipos que no logró meter representantes arriba, aunque coló en primera instancia a Iván García Cortina, Alejandro Valverde y Jorge Arcas, que no fueron capaces de darle continuidad. Salvo milagro, no habrá triunfo español este año tampoco en el Tour de Francia. Y ya han pasado tres años desde el último.
La escapada se resolvió con una victoria de Matej Mohoric, que volvió a rematar en solitario, igual que había hecho en la séptima etapa en Le Creusot. Los éxitos de Pogacar y Primoz Roglic han eclipsado que existe un tercer killer esloveno, capaz de sumar dos triunfos en la misma edición del Tour de Francia o de coleccionar éxitos en las tres grandes rondas. Mohoric cruzó la meta haciendo el gesto de cremallera en boca. El destinario de sus críticas es el proceso abierto contra el equipo Bahrain, que fue sometido el pasado miércoles a un registro policial en el hotel, en una investigación antidopaje. El triunfador mandó callar. En efecto, Matej, el silencio ha sido casi siempre la postura del ciclismo ante este tipo de cosas.
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