Tony Cittadino (Mallorca).- Dioner Navarro es otro ejemplo de que la perseverancia da frutos. El receptor venezolano no se detuvo hasta llegar a las Grandes Ligas y ser regular, siendo además un jugador clave para que los Rays de Tampa Bay disputaran la Serie Mundial de 2008 ante los Filis de Filadelfia.
Navarro, que fue el único venezolano presente en el “Clásico de octubre” de ese año que su equipo perdió en cinco juegos, nació en Caracas el 9 de febrero de 1984 y fue el segundo de tres hermanos. Su padre Francisco y su madre Rosa, recibieron al equipo de TalCual en un apartamento en Caracas cerca del palacio de Miraflores en 2008 y recordaron con orgullo cómo fue el camino para que el pelotero lograra el sueño de llegar al Big Show.
Al entrar en la casa, reposaban en un mueble los periódicos del día que, en su gran mayoría, tenían en primera plana la foto de su hijo. Esa noche, Navarro estaría detrás del plato en el primer juego de la Serie Mundial con Tampa Bay, club con el que disputó cinco de las 13 campañas que ha disputado en las Grandes Ligas. “Fran, mira esta foto de Dioner”, decía la señora Rosa visiblemente emocionada a su esposo, quien con los ojos brillantes observaba el ejemplar.
“Y pensar que el año pasado cuando lo fui a visitar, me presentó al dueño del equipo y le dijo en tono jocoso que, a diferencia de otras temporadas, ese año si aparecía en todas las campañas publicitarias”, respondió Francisco.
Ambos coincidían en que “Navi”, como le dicen en Estados Unidos, nació con cualidades innatas para el beisbol. Comenzó a jugar a los cuatro años en el equipo Aguiluchos de los Criollitos de Venezuela y fue el campocorto por casi siete años.
La señora Rosa contó que de niño jugaba con sus hermanos (Dewis, quien participaba en el beisbol en España y Darrel) en el patio del edificio o en ocasiones en la sala de la casa, donde rodaban los muebles y se imaginaban en un campo de juego.
“Cuando me escuchaban llegar arreglaban todo, pero siempre los descubría.”, dijo entre risas su madre, quien en ocasiones los alcahueteaba y en algunos partidos fungía como umpire. Además recordó que con Dioner había que pelear para que descansara, pues siempre le gustaba jugar o entrenar, tanto así, que en las noches bajaba y subía las escaleras de su edificio de 10 pisos hasta por tres veces.
En su cuarto tenía instalado una barra, en la que realizaba ejercicios. Antes de cada partido, dormía con el uniforme puesto y a la hora de levantarse no había que ir a despertarlo, pues ya estaba listo para salir a jugar.
Aunque de niño fue fanático de los Navegantes del Magallanes, igual que su madre, sus primeros ídolos fueron Andrés Galarraga y Omar Vizquel, ambos brillantes jugadores del “Eterno Rival, los Leones del Caracas.
Por el campocorto siempre sintió más admiración y fue una motivación. “Una vez le entregaron un premio y Vizquel estaba en el acto. Cuando llamaron a Dioner no se podía parar de la emoción. Estaba estático, porque Omar era quien le daba el premio. Al final el pelotero bajó y le dio su reconocimiento. Luego se tomó una foto con él”, dijo su padre.
Sueño cumplido
Dioner se marchó a Estados Unidos con 15 años, para estudiar en un instituto en la ciudad de Houston, donde a la vez pudiera jugar y ser visto por alguna organización de las Grandes Ligas. Allí cambió su posición en el diamante, porque le vieron mayores cualidades para ser receptor y no campocorto.
Su padre comentó que para entonces había salido al mercado un bate que le gustaba mucho a Dioner y que vendían cerca del hotel donde se estaban quedando. “Tanto hizo hasta que se lo tuve que comprar, pero en la primera práctica de bateo y al primer pitcheo se lo rompieron. Dioner se molestó muchísimo y dijo ¡no bateo más! Eso lejos de ahuyentar a los scouts, les gustó, pues tenía carácter. En ese show, sacó casi 14 de 18 bolas. Hasta partió el vidrio de una casa”.
Recién llegado a Estados Unidos, fue firmado al profesional por los scouts de los Yanquis de Nueva York, Carlos Ríos y Héctor Rincones. Fueron pasando los años y con ellos fue madurando. A los 20 ya se había casado con su esposa Sherley y continuaba trabajando fuerte para subir a las mayores. Al final, tanto esfuerzo se vio recompensado al debutar con el equipo del Bronx el 7 de septiembre de 2004.
Su padre comentó que así se cumplió uno de los sueños de su hijo. “Ese día estaba en el bullpen calentando a un pitcher y al llegar al dogout, Joe Torre le dijo que se preparara, que iba a entrar en el próximo inning. Fue tanta la emoción que no sabía qué hacer. Hasta agarró un guante que no era suyo”, dijo entre risas.
Con el conjunto de Nueva York apenas pudo disputar cinco juegos. En 2005 fue cambiado a los Diamondbacks de Arizona y en cuestión de minutos culminó en los Dodgers de Los Ángeles, divisa con la cuál jugó hasta 2006 antes de pasar en plena temporada a Tampa Bay. En esta ciudad había fijado residencia unos años antes.
Dioner, quien es amante de las arepas con carne mechada y queso, los perros calientes y las hamburguesas, comenzó con los Rays una nueva etapa en su carrera. Según el señor Francisco, el manager Joe Maddon le tiene mucha estima, ya que además de considerarlo muy buena persona, el receptor fue una de las bujías del club durante toda la temporada. Uno de los premios a su constancia, fue participar en su único Juego de Estrellas en 2008 y en esa campaña dejó promedio de .295 (427-126), con siete jonrones, 53 carreras impulsadas y 43 anotadas.
Tampa Bay ganó la División Este de la Liga Americana con marca de 97-65, dos juegos por encima de los Medias Rojas de Boston. En la Serie de División, vencieron a los Medias Blancas de Chicago en cuatro juegos y se llevaron el banderín del nuevo circuito, al superar a los patirrojos en siete juegos. Navarro fue clave para manejar a una rotación integrada por Scott Kazmir, James Shields, Matt Garza, Andy Sonnastine y Edwin Jackson.
Una vez establecido en el club, la relación con los fanáticos de Tampa Bay fue extraordinaria. Su padre recordó un juego en Tropicana Field en el que el equipo estaba perdiendo en la novena entrada y Dioner estaba en la banca, pero todo el estadio comenzó a corear su apellido. “Eso fue muy emocionante. No hay palabras para describirlo. Ver que toda esa gente quiere y apoya a mi hijo…mira cómo se me ponen los pelos de punta”, recordó emocionado.
Una vez la familia Navarro iba saliendo del estadio Tropicana Field y había un niño con una bandera de Venezuela y una barajita de Dioner. Cuando se detuvieron para darle un autógrafo, los fanáticos reconocieron a “Navi” y se agolparon frente al carro.
“Había mucha gente pidiéndole autógrafos. Yo me bajé buscando al niño porque era pequeño y no se veía. Al conseguirlo lo metí dentro del carro y Dioner lo abrazó y le firmó su barajita. La sorpresa fue que al sacarlo su padre no sabía cómo agradecer, pues son de Barquisimeto, están en el norte desde hace 15 años y el niño es fanático de mi hijo”, sentenció su padre.
Navarro jugó en las Grandes Ligas hasta el 2016 y su último equipo fueron los Azulejos de Toronto, siendo su séptimo uniforme luego de vestir el de Yankees de Nueva York, Dodgers de Los Ángeles, Rays de Tampa Bay, Rojos de Cincinnati, Cachorros de Chicago y Medias Blancas de Chicago.
En total, disputó 1.009 juegos y tomó 3.207 turnos al bate. Conectó 802 hits y su promedio fue de .250, con 77 jonrones, 367 carreras impulsadas y 322 anotadas.
Foto: Getty Images.